Las llamadas heridas del alma o heridas primarias se originan en la infancia y condicionan la forma en que aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo. Con el paso de los años, estas experiencias no resueltas tienden a convertirse en patrones repetitivos, que nos alejan de nuestra autenticidad y dificultan expresar plenamente quiénes somos.
Todos los seres humanos, en mayor o menor medida, llevamos estas huellas en nuestro interior. Sanarlas requiere una mirada valiente, honesta y compasiva hacia nosotros mismos que nos permite reconocer, aceptar y finalmente trascender aquello que nos limita.
Como señaló el psicólogo Carl Gustav Jung, este viaje implica encontrarnos con nuestra sombra: esa parte de nosotros que solemos reprimir, negar o esconder. Es lo que tememos mostrar a los demás, o siquiera reconocer ante nosotros mismos, pero que sigue influyendo en nuestra vida desde lo oculto. Solo al abrazar esa sombra podemos transformarla y abrirnos al camino de evolución hacia nuestro Ser esencial: la expresión más libre, auténtica y luminosa de quienes realmente somos.